El relato de la construcción del altar por parte de las tribus de Rubén, Gad y la media tribu de Manasés, tras su regreso al oriente del Jordán, es un momento crucial en la historia de Israel que nos invita a reflexionar sobre la unidad y la identidad del pueblo de Dios. Este acto, que podría interpretarse como un intento de separación, en realidad revela una profunda preocupación por el futuro de la fe y la cohesión entre las tribus.
En Josué 22:24-27, los rubenitas y gaditas explican que la construcción del altar no fue un acto de rebeldía, sino un testimonio para las generaciones futuras. Temían que sus descendientes fueran excluidos de la comunidad de Israel, y por ello, levantaron este altar como un símbolo de su conexión con el pueblo de Dios. Este gesto resalta la importancia de la memoria y la tradición en la vida de fe, recordando que la adoración y el servicio a Yahvé no están limitados a un lugar físico, sino que deben ser parte de la identidad de cada creyente.
La respuesta de los líderes israelitas, al principio llena de sospechas, se transforma en un reconocimiento de la sinceridad de las tribus orientales. Esto nos enseña que, en la vida comunitaria, es vital mantener un espíritu de diálogo y comprensión. La comunicación abierta puede prevenir malentendidos que amenacen la unidad del cuerpo de Cristo. En Josué 22:31, Finés, hijo de Eleazar, expresa su alivio al darse cuenta de que no había intención de infidelidad, lo que subraya la importancia de la confianza en las relaciones interpersonales dentro de la comunidad de fe.
Además, el relato nos recuerda la centralidad del culto en la vida del pueblo de Dios. Aunque el altar fue construido como un testimonio, la intención de no ofrecer sacrificios en él, sino de recordar el altar del santuario en Siló, enfatiza que la verdadera adoración debe estar centrada en el lugar que Dios ha designado. Este principio es relevante para nosotros hoy, ya que nos invita a considerar dónde y cómo adoramos a Dios, y a asegurarnos de que nuestras prácticas reflejen su voluntad y no se desvíen hacia la idolatría o la división.
En conclusión, el relato del altar junto al Jordán es una poderosa lección sobre la unidad, la identidad y la adoración en la comunidad de creyentes. Nos desafía a ser conscientes de nuestras acciones y de su impacto en la vida de la iglesia, recordándonos que cada uno de nosotros es parte de un cuerpo más grande, llamado a vivir en armonía y a glorificar a Dios en todo lo que hacemos.