El Libro de Jonás es una de las historias más humanas y sorprendentes de la Biblia. Nos habla de un hombre que, como muchos de nosotros, lucha con su llamado, con su misión en la vida y con el carácter misericordioso de Dios. Jonás, cuyo nombre significa “paloma”, es enviado a predicar a Nínive, una ciudad notoriamente cruel, conocida por su brutalidad, pues era la capital del temido Imperio Asirio. Aquí es donde empezamos a entender las razones por las que Jonás huye. Es difícil llevar un mensaje de advertencia a un lugar tan peligroso y, quizás, aún más difícil es llevar un mensaje de misericordia a aquellos que consideramos enemigos.
Cuando Jonás recibe la orden de ir a Nínive, no solo decide no ir, sino que huye en la dirección opuesta, hacia Tarsis. Este acto de desobediencia es único entre los profetas, quienes generalmente expresan miedo o dudas, pero aceptan el mandato divino. Jonás, por el contrario, se resiste activamente. Es en este punto que Dios interviene de una manera milagrosa y compasiva. Jonás es arrojado al mar durante una tormenta, y un “gran pez” lo traga, salvándolo de la muerte segura. Este pez, a menudo representado como una ballena, es un recordatorio del poder de Dios para intervenir y preservar la vida en los momentos más oscuros.
Dentro del vientre del pez, Jonás ora, y aquí vemos un cambio en su corazón. Después de tres días y tres noches en esta prisión viviente, es liberado en tierra firme, y finalmente acepta su misión. Sin embargo, la paradoja de esta historia es que, a pesar de obedecer, el profeta sigue cargando una resistencia interna. Llega a Nínive y proclama un breve y sencillo mensaje: “Cuarenta días más y Nínive será destruida”. Solo cinco palabras en hebreo, pero su impacto es asombroso. Nínive, con toda su crueldad y arrogancia, se arrepiente desde el rey hasta los más humildes, vistiendo cilicio y cubriéndose de ceniza como señal de penitencia. Aquí es donde vemos la inmensidad de la misericordia de Dios: una ciudad entera, destinada a ser destruida, es perdonada.
Sin embargo, lo que sigue es una de las partes más conmovedoras de la historia. En lugar de alegrarse por la salvación de miles de personas, Jonás se enfurece. Se siente traicionado por la misericordia divina y reprocha a Dios por no castigar a la ciudad. Jonás está tan molesto que desea morir. Pero Dios, en su infinita paciencia, le enseña una lección usando un simple arbusto. Hace crecer una planta que da sombra a Jonás mientras él observa la ciudad, pero al día siguiente, el arbusto es destruido por un gusano. A través de este acto, Dios le muestra que así como él se preocupaba por el arbusto que creció y murió en un día, Dios también se preocupa por las miles de almas que viven en Nínive. El arbusto simboliza lo efímero de la vida y la pequeñez de nuestras preocupaciones comparadas con el amor que Dios tiene por la humanidad.
Este relato no es solo sobre Jonás y Nínive, es también sobre nosotros. Como Jonás, podemos encontrarnos resistiendo lo que Dios nos pide, ya sea por miedo, duda o incluso porque creemos que sabemos mejor. Podemos, como él, enojarnos cuando Dios muestra misericordia a aquellos que creemos que no la merecen. Pero esta historia nos recuerda que la misericordia de Dios no tiene fronteras. Su compasión no está limitada por nuestras ideas de justicia.
El Libro de Jonás también adquiere un significado especial en el Nuevo Testamento, cuando Jesús menciona a Jonás como una señal profética de su propia muerte y resurrección. Al igual que Jonás estuvo tres días en el vientre del pez, Jesús estuvo tres días en la tumba antes de resucitar. Esto conecta el relato de Jonás con el mensaje central del evangelio: la redención y el nuevo comienzo que Dios ofrece a toda la humanidad.
En este breve libro de solo cuatro capítulos, Dios nos enseña a través de la vida de un hombre imperfecto, que su misericordia y amor están siempre disponibles, incluso para aquellos que parecen más alejados de su gracia. Nos invita a dejar de lado nuestro orgullo, nuestra ira y nuestra autocompasión, para ver el mundo con los ojos de un Dios que desea que todos, desde el más grande hasta el más pequeño, reciban la oportunidad de arrepentirse y ser transformados por su gracia.