El relato de Hechos 10 nos presenta un momento crucial en la historia de la Iglesia primitiva, donde se manifiesta la inclusividad del mensaje del Evangelio. Cornelio, un centurión romano, es descrito como un hombre justo y temeroso de Dios, lo que nos muestra que la búsqueda de Dios trasciende las fronteras culturales y étnicas. Este encuentro divino es un recordatorio de que Dios escucha las oraciones de todos, independientemente de su origen.
La visión de Pedro, donde se le instruye a no llamar impuro lo que Dios ha purificado, es un cambio de paradigma que desafía las normas judías de pureza. Este momento no solo es una revelación personal para Pedro, sino que también es un llamado a la unidad en la diversidad. La insistencia de Dios en que lo que Él ha purificado no debe ser considerado impuro, nos invita a reflexionar sobre nuestras propias preconcepciones y juicios hacia los demás.
Al llegar a la casa de Cornelio, Pedro reconoce que no hay favoritismos ante Dios (Hechos 10:34). Este principio es fundamental en la enseñanza cristiana, ya que subraya que el amor y la gracia de Dios están disponibles para todos. La declaración de que Dios ve con agrado a quienes le temen y actúan con justicia (Hechos 10:35) resalta la importancia de la fe activa, que se manifiesta en acciones de justicia y bondad.
La respuesta de Cornelio, quien había reunido a su familia y amigos para escuchar el mensaje de Pedro, refleja una apertura y un deseo genuino de conocer a Dios. Este acto de fe y hospitalidad es un ejemplo de cómo la comunicación del Evangelio debe ser acompañada por la disposición a recibirlo. La llegada del Espíritu Santo sobre los gentiles, mientras Pedro aún hablaba, es una poderosa afirmación de que el Evangelio es para todos, sin distinción.
En conclusión, el relato de Pedro y Cornelio no solo es una narración histórica, sino una profunda enseñanza sobre la gracia inclusiva de Dios. Nos desafía a romper barreras, a aceptar a los demás sin prejuicios y a reconocer que el amor de Dios está disponible para toda la humanidad. Este pasaje nos invita a ser agentes de unidad y paz en un mundo dividido, recordándonos que en Cristo, todos somos uno.